Capilla Sixtina
Los frescos de Miguel Angel, en las paredes y techo de la Capilla Sixtina, atraen millones de observadores cada año. Pero con cada grupo de visitantes llegaba también una carga asombrosa de tierra, calor y humedad. Así que su popularidad los estaba destruyendo.
El problema se acrecentó después de que el Vaticano realizó una meticulosa restauración de las obras de arte, mostrando la brillantez de sus colores originales. Al remover la acumulación centenaria de hollín, pegamento animal y tierra hizo a los frescos aún más vulnerables al ataque de la humedad y temperatura creada por los visitantes.
Entonces el Vaticano se dirigió a Carrier para que diseñara e instalará un sistema de aire acondicionado que permitiera a los frescos mantener su condición actual.
A través de la combinación de equipos enfriadores y calefactores existentes, sensores y controles computarizados, Carrier creó un sistema que baña las paredes y el cielo con humedad y aire. Este aire es purificado por unos poderosos filtros que remueven los químicos y las partículas del tamaño de las bacterias.
Los visitantes, mientras tanto disfrutan una corriente de aire poderosa que mantiene el polvo y la humedad a nivel del suelo. Este sistema permitió los restauradores del Vaticano sellar las ventanas de la capilla y mantener las emisiones de los automóviles y los contaminantes del aire fuera de la Capilla.
Y a menos que sepa hacia donde dirigir la mirada, el sistema es prácticamente invisible para los visitantes- y no fue una tarea fácil, considerando que el edificio tiene 400 años de antigüedad y cuenta con algunas paredes de 10 pies de grueso.
Controles Ambientales
El sistema que proporciona la estabilidad a los frescos es un conjunto de elementos individuales -enfriadores de agua, manivelas de aire, bombas, válvulas, torres enfriadores- unidos por una red electrónica computarizada que permite que cada unidad por separado se comunique entre sí para responder a los cambios en humedad y temperatura registrados por los sensores dentro de la capilla. Ya que existen cosas más interesantes que observar dentro de la Capilla, los 92 sensores (40 sólo por seguridad) que monitorean continuamente la temperatura del aire, el punto de condensación y la temperatura de la superficie de las paredes y el techo, son virtualmente invisibles. Los 26 kilómetros de cable que entrelazan los sensores son difíciles de detectar.
Dos terminales, una ubicada en la planta eléctrica del Vaticano y la otra ubicada en el área de los restauradores, prácticamente permite a los humanos hablar con el sistema y obtener información. Los elementos individuales del sistema de aire acondicionado, basan su información en los datos recibidos de los sensores y son controlados por un microprocesador electrónico en el sistema.
Si los sensores de la Capilla indican que la humedad se incrementa durante una vista de turistas, un día de verano, el sistema determinará que se debe enfriar el aire para remover la humedad, ya que el aire frío transporta menos humedad.
La señal del controlador es enviada a un enfriador Carrier, ubicado dos pisos más abajo de la Capilla, para iniciar la producción de aire frío. Otros controles del circuito abren válvulas y arrancan bombas para enviar el agua a través de tubos fuera de la Capilla a una unidad de manejo de aire fabricado por Carrier Francia. El aire externo pasa a través de tubos donde se retira el agua y el aire es deshumedecido. La temperatura del aire resultante es reajustada de acuerdo al rango establecido por un controlador independiente.
Durante los meses de invierno, cuando hay menos visitantes, se debe agregar humedad al aire externo. El proceso funciona en forma contraria, ya que el controlador envía la señal al enfriador para detener la operación y abrir las válvulas que envían agua caliente y calientan el serpentín. El aire caliente, que ahora contiene más humedad, pasa a través de un limpiador de aire de alta presión donde se agrega la humedad necesaria.
Además de ser calentado, enfriado, humedecido o deshumedecido, el aire externo es filtrado para remover polvo y otras partículas. Después pasa por filtro químicos para remover gases contaminantes. Para finalizar pasa a través de un filtro final que remueve bacterias, polen, polvo de moscas y otras partículas tan pequeñas como .1 micrón, es decir 1/10,000,000 de metro. Estas partículas ya no podrán obscurecer el trabajo de Miguel Angel.
Después de este proceso el aire es enviado a las paredes de la Capilla donde es distribuido por difusores individuales, cuidadosamente colocados en seis ventanas de la Capilla.
El sistema Carrier utilizó expertos ingenieros de Italia, Francia y Estados Unicos. Instalar tecnología de punta, en una estructura del siglo XV, también es un arte. Colocar sensores, conductos y cables sin dañar la integridad estética de la capilla ni las sólidas paredes de mampostería, con un promedio de grosor entre 1.5 y tres requirió la sabiduría del Rey Salomón y la paciencia de Job, quien por cierto, estaba observando todo el proceso desde una luneta.
Si los restauradores y la tecnología no pueden regresar el tiempo, si pueden detenerlo. Así que observemos detalladamente los frescos de Miguel Angel. Quizá el objetivo final del sistema Carrier sea la historia ya que constantemente acumula información permitiendo a los científicos revisar el micro clima de la Capilla. Combinando esta información, con las bases de datos obtenidas durante la restauración, los científicos pueden anticipar los problemas que una vez más atenten con opacar la brillantez de Miguel Angel.
Frescos de Miguel Angel